Si en algo se diferencia el actual  ciclo inmobiliario del inmediatamente anterior es en el  claro protagonismo del mercado del  alquiler. Las nuevas generaciones del  país siguen un comportamiento bastante diferenciado del de sus predecesoras, en parte como consecuencia de  los efectos de la crisis económica, pero  sobre todo por un nuevo modo de vida y de relaciones personales y con los  bienes materiales. En paralelo, el fortísimo incremento del turismo popular  en los últimos años, además de colgar  el cartel de ‘no hay billetes’ en las instalaciones hoteleras, ha empujado a  que una buena parte de la oferta de vivienda se haya destinado a uso vacacional en lugares antes desacostumbrados.
Por ello no es de extrañar que desde  el comienzo de la crisis el número de  españoles que vive en alquiler no deje  de crecer, hasta el punto de que en las  áreas metropolitanas de Madrid y  Barcelona se estén ya alcanzando proporciones cercanas a las de Centroeuropa.
El constante aumento de la demanda de alquiler, si bien durante los primeros años del ciclo no generó presión en los precios en plena crisis  muchos propietarios que se habían  quedado colgados de la brocha en  compras especulativas se conformaban con poder generar alguna renta  finalmente lo hizo en la medida en  que la demanda se concentraba en los  escasos lugares donde la economía se  desperezaba. Porque otra de las evidencias del actual ciclo es que los núcleos de crecimiento económico están  muy bien definidos en zonas muy  concretas: ni siquiera el ‘centralismo’  autonómico está siendo capaz de  crear cabeceras regionales con tal empuje que marque una diferencia acusada con el resto. Además, el declive  demográfico empieza a ser palpable  en muchas zonas de la meseta y en el  noroeste peninsular.
En nuestras dos grandes capitales  los alquileres van a seguir subiendo  aunque a ritmos más moderados, como corresponde a dos mercados que  están alcanzando su madurez. Si se  pone un poco más la lupa sobre estas  ciudades se puede comprobar que el  fenómeno ‘mancha de aceite’ se ha  empezado a producir y va a seguir en  esa tónica en los próximos meses: los  distritos más deseados han alcanzado  ya precios de equilibrio entre oferta y  demanda, por lo que una buena parte  de la demanda se dirige a zonas algo  más periféricas presionando las rentas hacia arriba.
Algo similar ocurre cuando echamos un vistazo al mapa de la Península. El año pasado los mayores crecimientos de precio han tenido lugar en  Valencia y Alicante, adelantando a  Madrid, Barcelona, Málaga y Baleares.  Y previsiblemente este año veremos a  nuevas capitales como Sevilla, Zaragoza, La Coruña o Valladolid recogiendo  el testigo de la carrera de relevos.  Mientras tanto, los inversores apuestan claramente por el mercado de alquiler residencial. A los proyectos ya  anunciados el año pasado de puesta en  marcha de Socimis con este fin, como  Testa, Alquiler Seguro, Rembrandt o  VBare, cabe añadir la voluntad de la  propia Testa, de Azora y de Catella de  desarrollar ex novo promociones destinadas al alquiler residencial.
Pero hablemos también de las amenazas. Por un lado, el riesgo de morir  de éxito ha crecido exponencialmente  en los últimos meses con la aparición  de episodios de turismofobia especialmente en Barcelona, que han decaído  en la medida en que el golpe separatista ha centrado toda la atención y asestado un buen varapalo al turismo local.  Pero no cabe duda de que es una tendencia cada vez más acusada. Desde  posiciones populistas se está sugiriendo aplicar medidas que supondrían  una verdadera vuelta atrás para el  mercado del alquiler. Intervención de  precios, prohibición de la libertad de  pactos entre las partes, confiscaciones  de uso y tiempo, etcétera, nos llevarían  ineludiblemente al repliegue de la  oferta y al freno de la inversión. Una  vuelta como mínimo a la España de las  rentas antiguas del franquismo, que  cercenó el mercado del alquiler durante décadas. Antes al contrario, lo  que procede en la España de hoy es  abundar en la seguridad jurídica para  los propietarios. Todavía hay una cantidad enorme de pisos en manos de  particulares que retienen vacíos.  Frente a la amenaza, la protección de  los propietarios y el incentivo fiscal  pondrían en el mercado más viviendas que ayudarían a satisfacer las necesidades de muchos y a moderar los  precios.
Por otro lado, el mercado de compraventa resulta cada vez más atractivo para los demandantes de vivienda,  no sólo por una mayor oferta de obra  nueva de calidad, sino porque la subida del precio del alquiler lo está equiparando con el de la cuota hipotecaria.  En la medida en que mucha demanda,  con trabajo estable, consigue ser solvente de cara a la banca, aumenta la  tendencia compradora.
(Fuente: Expansión – José Luis Ruiz Bartolomé)
 
    